El Tornado (cuento)

Un hermoso, claro y despejado cielo azul, y en menos de un minuto, de la nada, uno, dos, tres… cinco tornados, era un espectáculo hermoso por lo inusual, y aterrador por la cercanĂ­a. RaĂşl estaba paralizado, sin saber que rumbo tomar, nunca habĂ­a visto un tornado, mucho menos habĂ­a imaginado que verĂ­a cinco el mismo dĂ­a, el mismo minuto, y solamente a unos metros de Ă©l. QuerĂ­a correr, sabĂ­a que nada bueno ocurrirĂ­a si no encontraba un refugio pronto, pero ¿cĂłmo encontrarlo en medio de un parque, al aire libre?; volteĂł alrededor con rapidez, con la esperanza de encontrar un lugar, de correr y ponerse a salvo, pero estaba demasiado lejos de todo, el tornado ya se cernĂ­a sobre ellos, sobre Ă©l y su novia, a quien por el pánico momentáneamente olvidĂł. Ya el viento le golpeaba el rostro, y paralizado por el terror, solo acertĂł a cerrar los ojos… y a rezar en su mente.

De pronto, todo cesĂł, el cielo volviĂł a ser completamente azul, como si nada hubiese ocurrido. Confundido, RaĂşl abriĂł los ojos, y su cuerpo se relajĂł, si es que se puede relajar un cuerpo que pesa tanto como nunca en su vida lo habĂ­a sentido; pero estaba acostumbrado a ser fuerte, a proteger, y sin quitar la vista del frente, estirĂł su brazo derecho para aferrar a Melina, buscando protegerla, aunque fuera de manera tardĂ­a, asĂ­ como aferrarse a algo para no perder el piso… pero su mano solamente alcanzaba el vacĂ­o. Desorientado, volviĂł lentamente su rostro, encontrándose con la nada. BuscĂł durante varios minutos, sin resignarse a aceptar que ella desapareciĂł en medio de un tornado.

RaĂşl despertĂł en medio de gritos, ahogando el deseo de llorar, pues los hombres no deben llorar, pero estaba cansado del tiempo que habĂ­a transcurrido sin encontrar una respuesta a sus preguntas. No habĂ­a sido una noche diferente. La pesadilla se hizo presente, tal como la noche anterior, y la anterior, y la anterior a esta… pero este deja vĂş no disminuyĂł el dolor, ni la ansiedad, como si fuera la primera vez que presenciara la escena… como si se tratara de la misma tarde en que la viĂł por Ăşltima vez.

Como cada mañana, se levantó y vistió con lo primero que encontró, sin detenerse a pensar si era ropa sucia. Sin acordarse de tomar un desayuno salió rápidamente, y siguió con celeridad la que ahora era su ruta habitual: derecho al parque donde la vio por última vez, sin quitar su mirada del cielo, esperando el perdón de quien sea que se la hubiera llevado, extraterrestre o Dios. Esas y otras posibilidades le habían cruzado por la mente, tratando de encontrar en lo ilógico las respuestas tangibles sobre el paradero de su amada que toda la fuerza policiaca de la región no había podido obtener, pues al menos él nunca oyó hablar de ese hecho en los noticieros.

Lo que él menos entendía, era porqué nadie más había desaparecido. Recordaba el parque lleno, pues fue un día feriado, personas por todos lados esperando el avance de un desfile, y de pronto los tornados se cernieron sobre todos ellos, llevándose únicamente a Melina, como si ese hubiera sido su propósito desde el principio. Pero Raúl nunca olvidó, pues aún conservaba el anillo que había comprado para Melina, con el cual planeaba pedirle matrimonio ese mismo día en que ella desapareció.

Raúl caminaba lentamente alrededor del parque y entre los árboles, mirando el cielo, y luego a los rostros de los pocos paseantes que en ese día laboral visitaban el lugar: algunas personas ejercitándose, un grupo de chicos, tal vez de secundaria, de pinta de la escuela, a juzgar por sus expresiones, y algunos vendedores. En todo cuanto veía trataba de encontrar una respuesta, tal vez en vano, como los días anteriores, pero sin pensar en rendirse.

Por fin el sol se ocultó, y a regañadientes decidió marcharse, sin haber resuelto nada durante ese día, resignado a esperar la mañana para continuar su búsqueda donde la había dejado. Recordó entonces que no había comido nada durante todo el día, y se acercó a un vendedor ambulante, quien en ese momento atendía a varios chicos. Mientras esperaba su turno, Raúl observó que esos chicos, eran los mismos que había visto temprano en la mañana, al llegar al parque, y le sorprendió un poco que siguieran ahí, como si nadie en su casa los esperara, como si no les hubiera ocasionado ningún problema haberse ido de pinta. Pero entonces los chicos, sin haber comprado nada, agradecieron al vendedor y se fueron, y Raúl los siguió con la mirada, hasta verlos cruzar la calle y alejarse del parque, y lo que sucedió entonces lo sorprendió: en lugar de llegar al otro lado de la acera al cruzar la calle, un campo espeso de luz se abrió para ellos, y se perdieron en la luz.

Sorprendido, volteĂł a ver al vendedor, quien al ver su expresiĂłn, le dijo:

-Por mucho tiempo te he visto deambular por aquĂ­, y si te hubieras acercado antes, ya habrĂ­as obtenido la respuesta que buscas.

-No lo entiendo- contestĂł Ă©l – ¿cĂłmo puede saber que es lo que busco?

-Estás perdido en un recuerdo fijo de tu mente, en ese último momento, y es natural, a todos les sucede. Pero has estado buscando las respuestas equivocadas, y por eso no pudiste ver la verdad.

Raúl no supo que preguntar, pero miró fijamente el rostro del vendedor, y entonces notó una luz que parecía emanar de él. El hombre le sonrió con indulgencia.

-No es fácil de entender, lo sĂ©, por eso estoy aquĂ­ para ayudarte. Tu Ăşltimo recuerdo es el de un tornado, tan fuerte, que podrĂ­a haber devastado todo lo que tocara, y sin embargo, solo se llevĂł a un ser querido para ti, y todo lo demás siguiĂł intacto. Pero, en tu bĂşsqueda de explicaciones, ¿te has detenido a pensar lĂłgicamente los hechos?

-¿QuĂ© quiere decir con eso?- preguntĂł mientras sentĂ­a un vuelco en su corazĂłn, ante la certeza de que por fin obtendrĂ­a una respuesta.

-¿Se te ha ocurrido pensar la posibilidad de que todo haya sido alrevĂ©s de cĂłmo lo percibes? ¿De que tĂş y todos los demás que quedaron en el parque hayan sido las vĂ­ctimas del tornado, y Melina, tu novia, la Ăşnica sobreviviente?

Como balde de agua frĂ­a, la pregunta del hombre cayĂł sobre RaĂşl, con la Ăşnica posibilidad que no habĂ­a analizado. Pero entonces lo sintiĂł, recordĂł que desde aquel dĂ­a, no habĂ­a hecho más que ir del parque a su casa, y de su casa al parque. Se percatĂł que siempre era la misma ropa la que utilizaba, que nunca comĂ­a, que no habĂ­a tenido contacto con su familia, con sus amigos… y supo que pregunta debĂ­a hacer, pero no se atreviĂł.

-¿QuĂ© es este lugar?- preguntĂł tratando de alargar la llegada de lo que sabĂ­a era la respuesta inevitable.

-Este es tu lugar de transiciĂłn- respondiĂł el hombre- el lugar en el cual debes aceptar como y de que forma has muerto antes de cruzar.

-Entonces… ¿estoy muerto?- preguntĂł en voz baja pero audible, encontrando sentido a sus palabras.

-Como todos los que pasan por aquĂ­, y que deambulan mientras no lo saben.

Y RaĂşl no pudo evitar voltear a ver quien más se encontraba en el parque, y vio personas ejercitándose, y familias, y personas solitarias, pensativas… caras que habĂ­a visto a lo largo del dĂ­a, y algunas a lo largo de muchos dĂ­as, pero sin prestarles mayor atenciĂłn.

-Algunos, los que lo entienden pronto, encuentran la luz y el eterno descanso en sí mismos. Hay muchos como tú, que deambulan aquí durante lo que les parecen días, meses, y hasta años, hasta que por fin se acercan a mí, y yo les ayudo a cruzar al lugar donde su alma puede descansar en paz. Y por fin ha llegado tu momento.

-Pero… y Melina… ¿nunca le ocurriĂł nada malo?

-Nada malo- escuchĂł de pronto una voz amada y familiar- salvo lo inevitable, lo que debĂ­a ocurrirme, lo que nos ocurriĂł juntos. Y que bueno que al fin lo comprendiste, porque ahora podemos reunirnos.

Raúl volvió el rostro lentamente, consciente de que la voz detrás suyo era la de Melina, y la vio más hermosa que nunca, resplandeciente desde sus cabellos hasta sus vestiduras, sonriéndole como ella sabía hacerlo.

-Siento haberte hecho esperar demasiado- dijo acercándose a ella y tomando sus manos entre las suyas, asombrado de poder sentir el contacto corporal. Nunca pensó que la muerte pudiera ser tan dulce.

-No tanto tiempo como la eternidad que nos espera juntos- y lo besó, de la forma que él había soñado, anhelado y recordado durante tanto tiempo.

FIN

Perla Gutiérrez

1 comentario:

  1. Me encantĂł Perla, ya te lo habĂ­a dicho, pero es que es muy bueno, para mi es un cuento ganador :)

    Saluditos!

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